Martes, 21 de diciembre 2010
En Sevilla
Se ha pasado la noche llorando. A veces de pena, otras de rabia, otras por puro desahogo. Ha caído rendida sobre las tres de la mañana, y yo, como una tonta, aquí sigo sin poder pegar ojo, a las cuatro y media de la madrugada. Veremos a ver quién va a la facultad.
Las cinco. Nada, me parece que así no voy a
ningún sitio.
Las siete. Toca el despertador. Lo apago
automáticamente. Envío un mensaje: Lo siento, emergencia familiar. No es nada
grave, pero no puedo ir hoy. Pero estoy disponible por teléfono para lo que
necesitéis.
Ocho y media. Llamada de Luis. Mi hermana
sigue dormida, pero me meto en el baño para no despertarla y que no me escuche.
Le cuento muy brevemente, y me despido con un beso. Solo dos horas de clase, y
los preparativos para grabar mañana ya están listos. Solamente, quedarán para
repartirse los textos. Yo practicaré a lo largo del día con el programa, dejaré
totalmente conectados todas las piezas, y le mandaré un previo por email a
Marta. Creo que con eso será suficiente. Por mi parte no tenía mucho más
pendiente. En realidad, tienen más que ensayar las “presentadoras”.
Once de la mañana. Mi hermana me despierta,
ahora que había cogido el sueño.
Recapitulo desde ayer mientras hago café para
las dos.
Su novio, el del flequillo de “lametón de
vaca” le ha puesto los cuernos. Sí, ya sospechaba que él era demasiado vivo. Lo
peor es que pilló en plena faena en su propia cama. Y ocurrió lo que en todas
parejas: discusión, el “no lo haré más” de él, enfado lógico de mi hermana, tirarse
los trastos a la cabeza y jódete porque lleva meses tirándome a toda falda que
se pone a tiro y ni se había dado cuenta a la vez que lo mantenía
económicamente hablando. Porque mi hermana ya tiene trabajo más o menos
estable, y con su sueldo le compra los caprichos que se le antojan, en lugar de
ahorrar más. Mi defecto es que ahorro demasiado, ella quizás gasta demasiado.
Nadie es perfecto.
Y así, transcurre un martes de lo más extraño,
ayudando a mi hermana a traer un par de maletas con su ropa a mi casa, de
momento, porque no se atreve a contárselo a mis padres, todavía. Navidad está a
la vuelta de la esquina, y con ella las comidas en familia y el inevitable “¿Dónde
está tu novio? ¿pero qué ha pasado?” y el largo etcétera del interrogatorio
cotilla de tías, abuelas y primas.